lunes, 18 de junio de 2007

Memorias



Por que todo se transforma, - no significa que evolucione- nada es igual. A diferencia de la universidad, del colegio solo me gustaba la primera semana de clases y el último día, de resto todo lo demás podía irse al infierno; sin embargo allí, -en ese horrible cárcel custodiado por monjas- se creo la pregunta. Desde pequeña me cuestionaba el por que del comportamiento humano en determinadas situaciones, lo pensaba mucho e intentaba ver semejanzas en las actitudes de compañeras, me dedique a observar y sí, encontré cosillas que influían de gran manera en la aceptación a un grupo.

Las niñas llevaban muñecos de animaciones que daban en televisión o aparatos que fueran tan extraños o caros que sabían que las demás no tenían. Primero comenzaron con objetos de caricaturas como Sailor Moon, luego con los estúpidos Picapiedra y a veces llevaba cosas parecidas a los que usaba el grupo Oki Doki o a Xuxa - que luego hicieron una versión colombiana llamada Xiomi-. Era toda una ganga poder tocar esos objetos, y para ello era común escuchar “¿puedo jugar contigo en el descanso?”. Así poco a poco se formaba el grupo social pero con el requisito de que siempre debías traer cosas nuevas para que te valoraran. Nunca serví para eso.

Como siempre, las cosas con más avance “tecnológico” y extranjeras eran las más valiosas, y se ganaba mejor estatus social, pues como era de otro país te hacia ver como “moderna”, una idea muy atractiva para ese entonces y para ahora. Me acuerdo de una vez que llevaron un pequeño televisor a color, todo mi salón estaba maravillado, tanto que cuando teníamos que hacer un trabajo en grupo, armaban una pequeña carpa con los blaizeres del uniforme y veían a Bugs Bunny. La profesora las pillo pero nunca les quito el televisor.

No todas mis compañeras tenían objetos extravagantes o caros, para ser aceptada simplemente decían: “yo tengo computadores, juguetes de tal lado, pero mi mamá me pega si lo traigo” nadie les creía y era común verlas caminando solas por el descanso. - Yo las veía desde una esquina con un libro en mi mano, pues me gustaba leer en esos espacios- ellas se extrañaban por esa actitud pero fue gracias a los libros que cada vez más comienzo a conocer y entender o desentender las cosas de este mundo.

Para acabar de completar las cosas, las niñas por medio de los objetos buscaban identificarse, unas imitaban a Goku - uno de mis personajes favoritos de Dragon Ball-, a Lita de Sailor Moon ó a Marina de Guerreras Mágicas; elementos como balacas, palos que se usaban como báculos, y vendas que hacia que te parecieras a alguno de los personajes, jugaban un rol que te ayudaba a definirte dentro del salón - la niña temperamental, tierna, valiente, malvada, etc. Funcionaban como criterios de selección dentro de los grupos.

Muchos de los objetos -luego de varios años- estaban en la basura, regalados o en estantes, que tontería… Tanto dinero derrochado en artefactos inútiles -sí inútiles pues al fin y al cabo solo servia durante una semana y máximo un mes, a menos que se colocara de moda nuevamente- ¿Para no sentirse sola en un corto lapso de 45 minutos?, me fue ridículo pero también curiosa esa capacidad de sacrificio de gustos e ideas, moldeándose para ser aceptada.

A medida que nuestras ideas y gustos cambiaban, aumentaban los objetos nuevos, y ya no era solamente con muñecos o aparatos si no con la ropa, desde séptimo grado las niñas comenzaron a subirse el ruedo de la falda de modo que les llegara a mitad de los muslos, - luego ya no eran faldas, estas se volvían cinturones en colegio femenino- su inspiración estaba en las novelas mexicanas Rebelde, el Juego de la Vida entre otras.

Después de varios años en el colegio, me di cuenta que aunque los objetos cambiaban los fines no variaban mucho, o al menos siempre estaba el componente de “intermediario” para lograr adaptarse, y poder cubrir las necesidades culturales - sentirnos miembros útiles e importantes- que permitirían formar “bellos” recuerdos de su infancia y aquella época del colegio.

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